Forma parte del programa de memoria mundial de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) junto a otros documentos destacados de la historia. Y no es para menos, porque la patente del primer vehículo a gasolina marcaría desde aquel 29 de enero de 1886, la historia de la humanidad. Ésa fue la fecha en la que el ingeniero Karl Benz se desplazó hasta la Oficina Alemana de Patentes Imperial en Berlín para registrar su patente, un “vehículo de gasolina”. Bajo el certificado con número DRP 37435, el primer automóvil de combustión interna quedaría registrado y la historia comenzaría una nueva etapa que poco a poco iría evolucionando hasta nuestros días.
Por la mano de Benz
Aunque en realidad, la historia de este primer vehículo se remonta a 1885, cuando Benz instaló un motor monocilíndrico, de 954 cc. y 0,75 CV de potencia, en un chasis diseñado de forma específica, que alcanzaba una velocidad máxima de de 16 km/h. Era un triciclo que se inspiraba en un carruaje aunque poco tenía que ver con éstos. Sobre su chasis, que había sido especialmente diseñado, descansaba un motor de cuatro tiempo de alta velocidad con un cilindro en posición horizontal. En total, este pequeño motor declaraba unos 954 centímetros cúbicos y unas 400 rpm que daban como resultado 0,55 kW o lo que es lo mismo 0,75 caballos de potencia y que era conocido como Motorwagen.
Karl Benz no era consciente de la trascendencia que tendría su invento, y es que había construido el que se convertiría en el primer vehículo autopropulsado totalmente autónomo impulsado por un motor de combustión interna y que reconocería a Benz como el padre del automóvil. En aquel momento, el automóvil fue recibido como un juguete para los ciudadanos con dinero y, sobre todo, para los más avanzados, dispuestos a cambiar la confiabilidad de la propulsión a caballo por los ruidosos, hediondos e inciertos golpes de leva de rudimentarios motores de combustión interna.
Pero si había alguien que realmente confiaba en aquel prototipo, era Bertha, la mujer y socia de Karl Benz, que ni corta ni perezosa y sin conocimiento de su marido y acompañada de sus dos hijos, condujo en 1888 el Model III, recién patentado, desde Mannheim hasta Pforzheim, un viaje de 104 km que ha pasado a la historia como el primero más largo de un coche autopropulsado en la industria automovilística y demostró la idoneidad de automóvil para el uso diario.
Más que una compañía
Así, Benz & Cie, la compañía constituida por Karl y Bertha, construyó un gran total de 25 ejemplares del Patent Motorwagen a un precio de 1,000 dólares cada uno. Las ventas del vehículo proveyeron los fondos necesarios para continuar con el desarrollo de tecnologías y nuevos productos. Benz, cuyos automóviles eran considerados entre los mejores y más exclusivos del mundo, obtuvo patentes por mejoras importantes como las bujías, el radiador y el acelerador, que aún se utilizan y que posibilitaron la utilización del automóvil como la conocemos hoy en día. Tras la crisis que asoló Alemania tras la Primera Guerra Mundial, el matrimonio se asoció en 1926 con la también alemana Daimler. La compañía rebautizarla sus productos con la marca Mercedes-Benz, que curiosamente debe su nombre a Emil Jellinek, empresario de la época, que se había convertido en un importante distribuidor de la empresa Daimler. En una carrera en la que el mismo compitió con uno de los modelos de la casa, decidió pintar en la carrocería la palabra “Mercedes”, que correspondía al nombre de su hija.