Es la eterna pregunta que surge siempre cuando llega la hora de decidir a dónde ir de vacaciones, el dilema que puede causar discusiones de pareja y la disyuntiva a la que se enfrentan grupos de amigos cuando planean las escapadas: ¿Playa o montaña? ¿Qué toca este año? Quién elige destino? La provincia de Alicante esconde una comarca con la que no hay que elegir: la Marina Alta combina los dos planes turísticos por excelencia, mar y montaña. Y para recorrer su litoral, costas y valles, nada mejor que alquilar un coche para no perderse ni un rincón.
Por dónde empezar cuando viajas a La Marina Alta
Comenzamos al norte, en la zona de la Marina Alta, en la localidad de Benitatxell, uno de los litorales más bellos de la provincia alicantina, con una costa rocosa espectacular, plagada de acantilados impresionantes y pequeñas calas. Moraig es la más famosa, una pedanía casi colonizada por británicos que cuenta con una ruta por los acantilados que la rodean de fácil acceso y senderos asequibles, que permite acceder hasta la falla que marca esta zona y gozar de vistas de vértigo.
Una formación ancestral que deja paso a la bonita Cova dels Arcs, una cueva que el mar Mediterráneo ha ido horadando con el paso del tiempo. Unos pocos metros hacia el sur encontramos el río subterráneo del Moraig, también conocido como Riu Blanc.
Para reponer fuerzas, nada mejor que los platos típicos de Benitatxell, en los que se entremezcla la pesca y la agricultura con sabores de reminiscencia árabe: hay que probar el putxero, un cocido elaborado con carne y verduras con la tradicional “pilota dolça” (pelota dulce) como postre. Aunque este puchero sí que es típico de toda la Marina, la pelota dulce, por el contrario, se elabora únicamente en El Poble Nou de Benitatxell, una pelota a base de almendra molida, boniato, azúcar, canela y limón. Para beber, el fresco vino blanco Moraig, elaborado a partir de uva moscatel que crece en las tierras de secano alrededor del pueblo.
El recorrido continúa hacia uno de los núcleos más importantes de la comarca, Jávea (Xàbia), una población marinera situada entre los cabos de La Nao y San Antonio. Con sus 25 km de costa, Xàbia es sinónimo de playas para todos los gustos y esconde la mejor de toda la Comunidad Valenciana: La Granadella, una cala rústica de grava, bolos y rocas llena de encanto, a la que no es muy fácil acceder (20 minutos en coche) perfecta para realizar submarinismo en un entorno de aguas transparentes. Sobre ella se alza el castillo Morro del Castell, construido en 1.739. Si se continúa por el sendero, hay varios miradores naturales desde los que se avistan los acantilados de Benitatxell y el Cap d´Or de Moraira.
Además de La Granadella, si lo que se busca es un rincón donde solamente se oiga el silencio, Cala Blanca es el lugar perfecto, formada por dos calitas contiguas, rústicas y tranquilas: Caleta I y Caleta II. Si nos adentramos en el pueblo, nos toparemos con la playa Arenal, la más frecuentada ya que es la única de arena del municipio y sus aguas son poco profundas.
Está situada en el centro de la Bahía de Xàbia, que ofrece al visitante un barrio marinero (Duanes de la Mar), que atesora la esencia de la localidad, con la subasta de pescado en la lonja o las antiguas casas de pescadores, y donde se puede disfrutar, además de la paella, símbolo de la gastronomía valenciana por antonomasia, platos de arroz de raíz local, como el arroz al horno o el arroz con alubias y nabos.
En la raigambre tradicional de Jávea está la elaboración de salazones de boquerón, anchoa, atún, el bull y la borreta de melv, así como el “suc roig”, un guiso de pescado elaborado con tomate, ñora y pimentón, mientras que a la hora de los postres, nada mejor que una refrescante horchata de trufa, siempre presente en todo el litoral valenciano.
Además del puerto, Jávea posee un bonito centro histórico, marcado por los edificios que la burguesía local construyó en el siglo XVIII gracias a los beneficios del comercio de la pasa, fundamental en la economía de la zona. Un paseo a última hora de la tarde nos permitirá descubrir el Mercado Municipal de Abastos, el Ayuntamiento, la Iglesia Fortaleza de San Bartolomé (Monumento Artístico Nacional) o el Museo Arqueológico y Etnográfico Soler Blasco, un palacio gótico del XVII.
¿Quieres descubrir paisajes increíbles en La Marina Alta?
Además de playas, para los amantes del senderismo y ya de camino a Dènia, capital económica e histórica de la comarca, se erige el Montgó, un macizo declarado Parque Natural en 1987 y que se prolonga hasta la costa, dando lugar a la Reserva Marina del Cabo de San Antonio, un paraíso para los amantes de los deportes náuticos. Sus 752 metros de altura provocan que sea visible desde toda la comarca de la Marina Alta y lo convierten en uno de los mejores miradores naturales de la provincia, ¡desde su cima se puede divisar la isla de Ibiza!
Tras el turismo activo por el Montgó, nos encaminamos ya hacia Denia, otra localidad marinera plagada de vetustos barrios con encanto. Así, en su centro histórico aún se conserva el trazado urbano de los siglos XVI y XVII o el emblemático barrio Baix La Mar, de origen marinero, ya que hasta la década de los años 70 del siglo XX, los marineros rodeados de almacenes y alboroto de comercio marítimo, y que mantiene plazas pintorescas y casitas bajas.
Y merece la pena dar un paseo por Les Roques, un barrio que formaba parte del Raval de tierra amurallado y que era una parte de la ciudad árabe, la medina, anterior a la conquista cristiana del S.XIII, con sus casas de baño, molinos, hornos…. De hecho, aún hoy en día, las murallas árabes del norte del barrio son una buena muestra. Es la puerta de acceso del Castillo de Dénia, otra visita imprescindible. Además de callejuelas estrechas y laberínticas, la ciudad ofrece, cómo no, un buen puñado de playas que se agrupan en dos áreas separadas por el núcleo de la ciudad.
En total son más de veinte kilómetros de litoral en que se combinan las largas playas de arena, con algunas de piedra y agrestes y atractivas calas a medida que nos aproximamos a la reserva marina del cabo de San Antonio. Y en temas gastronómicos, reina la gamba roja junto a arroces como el que se acompañas con espinacas o boquerones, así como el pulpo seco y las famosas cocas. De postre, los conocidos buñuelos de calabaza, la coca maría, los pasteles de boniato, etc.
Dejamos a un lado la archiconocida Benidorm y avanzamos 25 km para saludar al omnipresente e icónico Peñón de Ifach, uno de los símbolos más singulares de la geografía de la Comunidad Valenciana y las vistas desde la cima ofrecen un panorama del litoral. Es la joya de Calpe, un pueblo de la costa alicantina que se ha convertido en un rincón turístico alejado del bullicio de la zona. Una ciudad impregnada del olor a mar, con un Puerto Pesquero donde nos aguarda una lonja en la que, todos los días a las cinco de la tarde, tiene lugar una subasta de pescado que traen las barcas de la zona.
A lo largo del puerto hay un buen número de marisquerías, donde además de marisco se pueden degustar sabrosos pescados de bahía (rape, caballa, sardina) y donde no faltan la llauna de Calp y el arrós al senyoret. Por su situación, ocupaba un lugar estratégico para la defensa del litoral de los ataques a manos de piratas, que se sucedían en la costa hasta el siglo XVIII. En Calpe se emplazaron además asentamientos de diversas civilizaciones: fenicias, romanas y musulmanas, y aún se pueden encontrar por toda la ciudad resquicios de estos yacimientos.
Para rematar la comarca, podemos pasear por la callejuelas empedradas, muros centenarios y vetustas casas señoriales que nos trasladan al medievo en Benissa. En sus 4 kilómetros de litoral se suceden algunas de las calas más hermosas de la Costa Blanca, ideales para practicar vela, windsurf o kayak. Y no nos podemos ir sin probar su pulpo, porque ya lo proclama el refrán: en Benissa polp i missa, que entroniza a este delicioso manjar como rey de la gastronomía local. En puchero o cocido, el pulpo coquero sustituye a la carne en muchos platos. La oferta de arroces es casi infinita y, entre sus platos típicos se encuentran el “mullador de sangatxo”, el “mullador de pelleta”, la “borreta de melva” o la sangre con cebolla.