Tiene el mayor número de Estrellas Michelín por metro cuadrado, fue la ciudad que eligieron reyes y aristócratas de finales de XIX para tomar baños de mar y su apuesta por la continua innovación la ha convertido en Ciudad Europea de la Cultura en 2016.
Señorial, apacible, decimonónica y a la vez, vanguardista, cinéfila y surfista, lugar de peregrinación para los amantes del jazz… y de los pintxos, una receta de ingredientes dispares que la ha convertido en una de las ciudades más hermosas de Europa, liderando casi siempre el ránking de las más bonitas de España. Donostia vive en agosto su Aste Nagusia, su Semana Grande, pero más allá de la fiesta y sus famosas barras de bar, convertidas casi en espacios gourmet, os proponemos redescubrir a La Perla del Cantábrico en un paseo (bueno, en seis) por sus lugares más emblemáticos.
La playa urbana más hermosa de Europa
Es el alma de la ciudad, casi kilómetro y medio de arena blanca y fina, que se sitúa al oeste, en la desembocadura del río Urumea, y con un rompeolas natural, la Isla de Santa Clara, que evita que los temporales arrasen la playa. Su paseo marítimo es una obra de arte: la balaustrada blanca casi atrae más flashes y turistas que el mar donostiarra. Diseñada a principios del siglo XX por el arquitecto municipal Juan Rafael Alday, se ha convertido, con el paso de los años (y de las cámaras) en uno de los símbolos de La Bella Easo. Junto a su bahía, se alza uno de los edificios más representativos de la ciudad, el Ayuntamiento, rodeado por los jardines y tamarindos de Alderdi Eder, (que en euskera significa Lugar Hermoso, poco más que añadir para alentar su visita). Su porte elegante aún tiene reminiscencias del casino que fue hasta 1924, donde acogió partidas de personajes ilustres como Mata-Hari o Trotsky.
Transportarse al siglo XIX…
Los años finales del siglo XIX marcaron la impronta señorial que aún permanece casi incólume en muchos puntos de la ciudad. Al final de la playa de La Concha, se alza el culpable del desarrollo turístico y urbanístico en aquel tiempo: el palacete de Miramar, donde veraneó durante más de treinta años la Reina Regente de España María Cristina, viuda de Alfonso XII, convirtiendo así los baños en la playa de la Concha (a la que otorgó el reconocimiento de Playa Real) en una moda que perduró entre la aristocracia española. Para trasladarse a aquella época, la Belle Époque donostiarra, nada como llegar a la playa de Ondarreta, la más familiar y glamourosa, separada de La Concha por un promontorio, conocido con el Pico del Loro, donde se sitúa Miramar. Las huellas de aquella era se materializan en La Perla, el que fuera balneario de la gente bien de esos años y reinventado en un centro de talasoterapia; el Teatro Victoria Eugenia, epicentro cinematográfico, ya que es sede del festival internacional de cine de la ciudad; y el Hotel María Cristina, construido por el mismo arquitecto que el Hotel Ritz de Madrid, que fue el favorito de la aristocracia de la Belle Époque y en la actualidad, alojamiento de las estrellas que acuden al Festival Internacional de Cine.
…y surfear en el siglo XXI
Si cruzamos el río Urumea nos toparemos con la tercera playa de La Bella Easo. Hablar de Zurriola es hacerlo de surf: frente al perfil elegante y tranquilo de Ondarreta y La Concha, Zurriola, gracias una remodelación en los años noventa, se ha consolidado como un punto de encuentro para los amantes de la práctica del surfismo, siendo sede de competiciones mundiales de este deporte. Justo detrás se alza uno de los iconos de esa San Sebastián que se reinventa a sí misma con el paso del tiempo, los cubos creados por Rafael Moneo para el auditorio del Kursaal, que aloja también un restaurante del mismo grupo que el de Andoni Mugaritz.
Y si llega la temida lluvia… nada mejor que acercarse al espigón del Kursaal, cámara (y mucho cuidado) en ristre para sacar fotografías al impresionante oleaje del mar donostiarra, todo un icono ya de la ciudad cuando hace mal tiempo.
Peinarse al viento
Los lugareños y turistas definen como mágico este icono donostiarra desde donde se puede contemplar el mar en todo su esplendor: un conjunto escultórico formado por terrazas de granito rosa y tres piezas de acero, probablemente, la obra más reconocible del artista Eduardo Chillida. Un paraje privilegiado donde se funden las olas, el mar y el horizonte, que pone punto y final al paseo por la playa de Ondarreta y da pie a la caminata por el Monte Igueldo, en cuya falda se sitúa. Actualmente está cerrado por un desprendimiento.
Subir al Monte Igueldo… y al Urgell
Una vista espectacular de la bahía de La Concha bien merece el esfuerzo de la subida, pero los menos deportistas tienen la opción, romántica y señorial, como casi todo en la ciudad, de montar en un añejo funicular que funciona desde 1912. Al llegar a la cima de este monte siempre verde, además de disfrutar de un paraje inigualable, podrás montar en un parque de atracciones que parece recién salido de una película en blanco y negro. Un lugar encantador donde los más pequeños podrán disfrutar de una montaña suiza, que no rusa, de caballos, atracciones y un laberinto de 1930. Menos conocida es la subida al monte Urgull, al que solamente se puede acceder tras una caminata de 20 minutos. Desde sus alturas, además de La Concha, tu ojo alcanzará a ver Zurriola y el barrio surfero de Gros.
Y, por supuesto, pintxos
Es la parada que nunca falta en todas las listas, consejos, rutas y escapadas sobre Donostia. Un paseo por su casco antiguo, cariñosamente llamado Lo Viejo, nos servirá para perdernos entre sus callejuelas, tascas y rincones de toda la vida, para poder contemplar dos preciosos edificios religiosos: la Basílica de Santa María del Coro, en plena Calle Mayor, y la Catedral del Buen Pastor, cuyas torres neogóticas son visibles desde cualquier recodo de la ciudad. Tras tanto paseo, lo mejor, lo más recomendable, lo que hay que hacer o sí o sí, es caer rendido ante la magia gastronómica de alguna de las tabernas en cuyas barras habitan los famosos pintxos de la ciudad, en ocasiones, obras de arte gourmet en miniatura.